sábado, 6 de septiembre de 2008

Ignacio Camacho. Curso de verano sobre el columnismo

Reseña del blog de Agustín Rivera

Clausuró el curso de verano del columnismo/articulismo literario. Ignacio Camacho, el más brillante de los columnistas españoles contemporáneos, diagnosticó algunas claves del oficio:1) "El periodismo español no es neutral ni presume de serlo".2) "En mis columnas utilizo siempre una idea. Ruano también también otra máxima: que el principio sea potente y que con el final el lector se vaya contento".3) "La urgencia jamás puede justificar que un periodista escriba mal o atropelladamente. Es uno de los tópicos que más daño hacen a la profesión periodística".4) "El periodismo no es ficción, ni puede serlo, aunque a veces hay algunos que intentan que lo sea".5) "El artículo es la sal de la tierra del periodismo, el que rompe la uniformidad de un discurso".6) "Cada uno escribe como le da la real gana".7) "Una columna tiene que lograr al menos dos de estos tres elementos: provocar, conmover y explicar".8) "No se puede esconder la idea en el bosque del artificio y la retórica".9) "El columnismo diario es un privilegio, un regalo de la libertad expresiva, pero hay que tener cuidado con la autoindulgencia y la autoparodia".10) "La gran lección de Umbral: 'Lo que importa no es tanto el soporte, sino la disciplina".11) "El insulto en una columna siempre es pereza mental".12) "Larra es el columnista más actual. De los clásicos también me interesan Julio Camba y Wenceslao Fernández Flórez".13) "Las mejores ideas para la columna se me ocurren en la ducha o comiendo".14) "Cuando tengo la idea no le doy demasiadas vueltas, porque si lo haces te brotan frases que nunca llegan a papel".15) "Hay que pisar los escenarios de la actualidad para que las columnas tengan frescura".16) "En las redacciones hay un diálogo vivo y un karma que alimenta el artículo".17) "Soy partidario de lo que dice el maestro Alcántara: vender siempre pescado fresco. No me gusta dejar adelantadas columnas".Ignacio recomendó la lectura de los artículos de "reflexión estética" de Antonio Muñoz Molina en Babelia y resaltó que él que ha sido creador de suplementos culturales (La Esfera de EL MUNDO), subdirector de EL MUNDO de Andalucía, director de ABC y ahora columnista, no olvida su trabajo de cronista y reportero. Se nota en muchas de sus columnas, en las que aporta una nota de color, pegada al terreno, que tanto hace falta en algunos popes de la prensa española.

Raúl del Pozo: "No quiero ser el sepulturero del periódico" (Magazine)


Raúl del Pozo Mariano de Cavia 2008. Ha recibido este premio de periodismo, que es el Pulitzer español, por su obituario al «maestro de los epitafios» o Jaime Campmany. Además, le ha caído la responsabilidad de llenar el hueco de Umbral en la contraportada de El Mundo. Así va, de costalero, cargado con un sentimiento ambiguo de gloria y pesadumbre, porque de la noche al día le han hecho popular. Raúl del Pozo no tiene más tiempo para divagar ni para escribir sus novelas, apenas le queda ánimo para el juego y la juerga, y se nota que le preocupa cómo le juzguen no allá en el cielo sino en la Tierra.
ELENA PITA. Fotografía de Thomas Canet
A Raúl le gustaría que pusiéramos este título: «Cuando yo me muera, se muere el papel». Está pesimista, levemente deprimido, porque ha bajado al mar de Marbella. Le ocurre siempre que deja su meseta, que es Madrid: la ciudad de sus placeres y sus noches con sus días. La ciudad que conquistó siendo muy joven. Quería ser escritor, frecuentaba a los grandes en el Gijón, aquellas tertulias que eran el parlamento cuando no había democracia; llegado él de un lugar de la sierra de Cuenca llamado Mariana, donde nació tal que el día de Navidad de ?936. Está Raúl del Pozo en Marbella como todos los veranos, hospedándose en hoteles que son como aquellos graneros mesetarios del franquismo, adornados éstos de buganvillas, a donde las golondrinas y los ricos vuelven cada año. Pero la jet de entonces es hoy una jarca de rusos gritones, jugadores, y al escritor el juego le gusta. No, le pierde; en el juego se pierde. Si no fuera por Natalia, su mujer, ay, las mujeres: «Una mujer es un incendio, en cambio el hombre nunca pierde la cabeza» (en el amor). Así que empezamos por el final.
–Raúl, ¿cansado de llevar el muerto encima?, y que Umbral me perdone.
–Los muertos pesan mucho, pero los mitos no es que pesen, es que aplastan, es terrible. Aunque escribiera La divina comedia siempre dirían que no le llego a los tobillos.
–Pero, ¿ha escuchado ese tipo de comentarios?
–Los supongo y, sí, en algún blog lo he leído; pero contaba con ello: tengo un encargo endemoniado y fascinante, la columna de la contraportada de El Mundo (la columna de Umbral) es como una maratón diaria, agotadora. La experiencia es fabulosa: he pasado de ser conocido sólo en el gremio a ser popular. Esa columna es sagrada, está endemoniada, y la sigue todo cristo: es mítica.
–El muerto, el premio al obituario del maestro de epitafios, y usted con sus supersticiones, ¿duerme a gusto?
–Oh, totalmente supersticioso, pero creo que duermo como todo el mundo.
–Pero, ¿no le da grima todo esto?
–Son cosas que me pasan por ser mayor: como he conocido a todos los importantes cada vez que palma uno me piden el obituario, pero ya les he advertido que no quiero ser el sepulturero del periódico.
–Le noto un tanto descontento con la edad.
–No, pero no le veo grandes mitos a la vejez.
Estoy contento de competir como un joven: escribir en los periódicos es como la Champions, en el momento en que no metes gol te mandan a casa. Estoy contento con el oficio y con la columna, sí, sin intentar emular al genio, sino que sigo mi camino con la humildad de la actualidad.
–El periódico ya ni envuelve el pescado, que lo envuelven papeles y plásticos finísimos. ¿Somos una reliquia?
–El periódico es una reliquia, sí, pero apasionante. Somos los últimos galeotes, artesanos, avezados navegantes de una aventura que se extingue: atendemos a los últimos suspiros de una galaxia. Hasta ahora el periodismo escrito ha sido la madre de todos los grandes progresos de la civilización, Enciclopedia, Ilustración, Democracia... Pero hoy nace un mundo nuevo, que es la Red, que te ayuda a navegar por tu propia cabeza. Me parece el invento más importante de la humanidad: el gran cerebro colectivo.
–¿Cuánto tiempo de vida le da al periodismo impreso, o será esto como lo del vídeo que iba a matar al cine o la novela que lleva años muriéndose?
–La novela se ha muerto, vive una época posliteraria.
–No dicen lo mismo las últimas cifras de ventas (crecientes). ¿Será una paradoja?, ¿se lee más o se consumen más libros? –No creas las cifras que se publican: los libros se han convertido en un objeto de regalo, se mantienen artificialmente.
–Este oficio, este veneno que es el periodismo, ¿sólo sobrevivirá rendido a la Red?
–No lo sé, sólo sé lo que me decía Ruano: «Este oficio es tan hermoso que no sé por qué encima le pedimos que nos dé dinero». Escribir es una delectación sin precedentes, te proporciona un montón de amigos desconocidos, y eso a mí me produce una satisfacción que no tiene que ver con la vanidad, sino con algo mucho más profundo: la amistad humana.
–Han dicho de usted que «escribe con el vértigo de un bloguero» (en artículo de Antonio Lucas), ¿un halago o un menosprecio?
–Lucas es un monstruo, es el delfín del gran columnismo. Por lo general, los blogueros escriben con un ritmo alucinante, porque lo hacen sin ningún tipo de cortapisa, y esa libertad les da veracidad y encanto, y alcanzan cotas insuperables de brillantez en su estilo. Pero en el mundo siempre habrá gente mala, y hay miserables y psicópatas que aprovechan esta circunstancia para hacer daño.
–¿Ha mejorado la prosa en las redacciones a base de ese ritmo frenético de la web?
–No, el lenguaje se ha ido empobreciendo y se contamina con neologismos, barbarismos, tecnicismos. El idioma está rodeado de peligros, empezando por los nacionalismos.
–¿Qué tiene que ver que en Cataluña se hable catalán con la contaminación del castellano?
–Por supuesto que todos los idiomas tienen derecho a la supervivencia, pero yo creo que las inversiones están coaccionando y acorralando al castellano, lo que es inútil: nunca lo van a conseguir, el castellano es una lengua romance que ha podido con todo. Los idiomas no se deben perseguir, ni tampoco se hacen por decreto.
–El periodista tiene tendencia a lo ocurrente más que a lo profundo, ¿la web no es un ocurrente caldo de cultivo?
–La Red es el principio de un nuevo idioma. A mí Cela me preguntaba todos los años: «¿A quién le damos el próximo (Premio) Cervantes?». Y yo, «a Umbral». Y él, «es muy joven». Así hasta que un año me dijo: «Umbral es un escritor extraordinario, lo malo es que a veces le pierde el ingenio». El ingenio es el peor enemigo del escritor, el ingenio como ocurrencia, tributo al sol, salto de la rana, gracia. Y sí, en periodismo hay que ser ingenioso por cojones, y eso es malo.
–De Raúl del Pozo se dice también que es el heredero más vivo de El Gijón, y cito a Umbral cuando ganó usted el González Ruano, «el heredero más vivo y vivaz que nos queda de cuando entonces». ¿Siente nostalgia?
–No. El Gijón fue nuestro cuarto de estar en unos años en que no teníamos casa y estábamos tiesos como garrotes. Allí iba toda España. Como dijo Ortega, los cafés fueron el Parlamento cuando no había Parlamento, y las tertulias, la democracia que faltaba. Fueron el último puerto de la cultura valleinclanesca. Sólo tengo nostalgia en el sentido de que allí conocí a los más grandes, tomando café, y fue muy bonito:po-días ser su amigo aunque acabaras de llegar. –Converge, pues, en usted el pasado y el futuro, ¿a qué época pertenece?
–Yo soy la síntesis de todas las contradicciones. El idioma es mi patria y el estilo, mi pasión: lo único que me preocupa es escribir cada día mejor, aunque eso no se controla.
–Si «el periodismo no es una profesión», ¿qué es pues, una vocación?
–Es un sueño. La capacidad de conocer gente y vivir experiencias extraordinarias sólo te la da el periodismo.
–¿Y usted persiguió el sueño desde muy joven, desde que, cuenta, su tía le mandaba a comprar el ABC?
–Sí, como otros sueñan con ser pistoleros. Seguía a los periodistas de Cuenca, veía a Ruano en el café Colón y era para mí la viva estampa del mito.
–¿Y con sólo esa admiración se lanza al ruedo, o pasa antes por escuelas?
–Nunca fui más allá del ingreso en la escuela de Periodismo, entonces íbamos muy rápido. Umbral decía que me había dado mi primer abrigo, mi primer amante y mi primer trabajo: sólo es verdad lo último. Cuando él dejó su puesto en la agencia Eurofoto me aconsejó que fuera a pedir el puesto, y allí estuve, poniendo pies de fotos y pasando hambre hasta que se casó Fabiola y conseguimos una exclusiva, porque había dejado a sus perros abandonados y teníamos la foto. –La vida, la calle, los libros, ¿dónde ha aprendido más?
–Hice la mili de los cafés en París, sobre todo en La Candelaria: allí iba todo París. Vivía con un amigo pintor y dormía en el suelo.
–Y ¿en qué plaza lo ha pasado mejor?
–En Madrid. Cuando salgo de Madrid me muero de melancolía, es una ciudad hecha para mí. Es la confluencia de todos los argots, una acumulación de los vocablos más resplandecientes de nuestro idioma, una sinfonía de palabras, el mar de donde vienen todos los idiomas. Es la ciudad de la libertad.
–¿Lo mejor se escribe en los bares?, ¿aún escribe en los bares?
–No, es que nunca lo he hecho. Lo dijo Umbral, pero todo lo que Umbral decía era pura literatura y a mí, como a muchos, me hizo un personaje. Yo a los bares iba a ligar.
–En aquella época, dice, «se llegaba al periodismo como un banderín de enganche de la literatura». ¿Tiene la impresión de que acaso esto ha dejado alguna vez de ser así?
–No, es algo que nunca ha dejado de suceder. Lo que pasa es que en este país nunca van a permitir que alguien haga bien dos cosas. Entonces, los catedráticos, que son la peste, se han apoderado de la literatura y consideran al periodismo un género menor. Pero el periodismo brillante es la escritura del siglo XX, todos los grandes escritores han sido antes periodistas, desde Camus a Hemingway.
–¿Su vocación ha sido más periodística o literaria? Y no vale recurrir al periodismo literario o literatura hecha en los periódicos. –Para mí no hay división, uno entra en el periodismo con la esperanza de llegar a la literatura, porque la literatura, salvo la poesía, es propia de la madurez.
–Raúl, ¿se venderían más sus novelas, sería más intocable si no escribiera en los periódicos y no saliera en las tertulias de la tele?, ¿el periodismo no le banaliza?
–Tienes toda la razón: en la tele deberían pagarnos por desgaste de imagen. En España, y especialmente entre la crítica, hay muchos prejuicios; y que conste que yo no soy un renegado de la literatura: me ha ido considerablemente bien. Pero escribir una novela es como meterse en un con- vento durante seis, 12 meses, para después estar en cartel no más de 10 días, porque pasado ese tiempo no queda nada. –En esa glosa a Campmany que le hizo merecer el Mariano de Cavia, escribió de él que no proyectaba «sobre su ideología su demencia». ¿Es cierto que muchos no perdonan que escriba en un diario afín al PP?
–No me perdonan el pedrojotismo, no. Hay un macarthismo total contra lo que se llamó el Sindicato del Crimen (grupo de opinión que hizo posible el desmantelamiento del GAL y la caída de Felipe González). Me lo dijo Zapatero: el odio entre políticos es una nimiedad comparado con el que existe en vuestra profesión.
–Y usted, ¿en qué barco va?
–En el de la libertad y la democracia. He superado todos los fundamentalismos. Y solamente tengo una cosa clara: la ciudad nos hace libres. Después de muchas contradicciones, me defino liberal.
–Pero, ¿no venía de la izquierda?
–No quiero decir neocon, sino liberal de izquierdas al estilo del XIX. Y sí, he militado, pero no presumo de nada ni me arrepiento de nada: mi vida, te repito, es una síntesis de contradicciones.
–Vuelvo a citarle: «Los periodistas somos los limpiacristales de la libertad». ¿No es cierto que a veces empañamos e incluso transformamos la realidad al transmitirla? ¿Cuándo una pasión fue objetiva?
–La objetividad no existe, es una utopía, como el amor o el comunismo; pero de todos modos es mejor luchar por ser objetivo, aunque no se consiga.
–Glosando al maestro Campmany aludía a su mujer, que como dijera Juan Ramón ante el Nobel, «es la verdadera ganadora de este premio». ¿También Natalia, su esposa, lo es?
–Sí, pero ha habido muchas natalias desde que nos casamos en el 69. La de ahora es una compañera maravillosa y es mi estabilidad. Si no fuera por ella seguramente ahora estaría en una cuneta, porque he llevado una vida disparatada. Yo realmente he empezado a leer a los 50, antes no hacía más que vivir; he sido casi un analfabeto, un legionario, y he aprendido con la edad. El nuestro no ha sido un matrimonio modelo.
–Existe una pregunta antes incorrecta que creo ha dejado de serlo: ¿por qué no tuvieron hijos?; ¿no lo ha echado de menos?
–Porque mi vida era una perdición y siempre creí que mi matrimonio no duraría. Tuve una niñez y una juventud despiadadas y tenía miedo de mí mismo. No sabía cómo terminaría mi vida y la decisión de no tener hijos fue un acto de responsabilidad.
–Una generación de mujeres que no se repetirá: ahora las mujeres sólo queremos figurar y cortar más bacalao que nadie, ¿este egoísmo no es propio del macho?
–Yo no creo más que en un género, el género humano, pero es cierto que ésta de las mujeres es la única revolución que ha triunfado, y no es una adulación, la adulación a la mujer me parece de capullos.
–¿Y hacia dónde caminamos?
–Hacia la igualdad, la igualdad total.
–Vaya, ¿a costa de qué?
–Bueno, yo que he conocido el género sé de sus puntos débiles: la mujer es un incendio y el hombre nunca pierde la cabeza por una pasión, porque se ha fortalecido a lo largo de miles de años. La grandeza de la mujer es su fragilidad.
+ 'La rana mágica' (La Esfera de los Libros) es el último libro que ha publicado Raúl Del Pozo