miércoles, 30 de septiembre de 2009

Antonio Burgos y las niñas de Zapatero

Nos entermos vía El descodificador, que se ha enterado vía Escolar de una columna de Antonio Burgos donde bromea, se chotea de dos menores, a la sazón hijas del presidente Rodríguez Zapatero. Publicada en ABC, dicen que esta columna ha sido retirada de la web del diario de Vocento. Los párrafos que reproducen en la web escolar.net son


Que las niñas de Zetaparo eran dos callos horrorosos lo sabían los más íntimos en La Moncloa, pero ahora se ha enterado España entera. Son de salir corriendo. Yo no sé si es porque iban vestidas de Jalogüín, o porque lucían el uniforme oficial de los góticos, pero tú te encuentras a las 12 de la noche con estas puñeteras niñas en una calle oscura, se te acercan, un poner, a preguntarte dónde para el autobús de Alcosa, y del salto que pegas del susto llegas corriendo a Carmona.
Góticas. Los lectores que me piden este artículo me aseguran que son góticas. Vamos, como la ojiva de San Julián, pero sin el recuerdo de Fernando Moreno sacando el palio de La Hiniesta. O como la propia imagen gótica de La Hiniesta (que está por cierto en el Ayuntamiento y que no sé cómo no han mandado ya retirarla por la cosa del Nacional Agnosticismo y de quitar los crucifijos). ¡Qué ofensa para el arte gótico, llamar góticos a estos adefesios con botas de la Brigada Paracaidista en Sidi Ifni y muñequeras de levantador de pesos de Galisport! Por el volumen de su bulto redondo, así achaparrado, más que góticas me parecen románicas, que como las vea Brigitte Bardot, va y las protege. Pero, vale, aceptamos gótica como animal pinnípedo. Yo les diría algo más fuerte, pero como son menores, me callo.
(…) Me explico, finalmente, por qué Zetaparo no quería que saliera la foto. No era por las niñas en sí ni por la leche que mamó la protección del menor. Era para que no viéramos al completo este retrato de familia. Monster.


Tremendo.

domingo, 27 de septiembre de 2009

No hay columnista que se precie y que no haga, pongamos por caso, su artículo navideño, su reflexión vacacional, sus dos folios sobre el verano"

Repetido septiembre.
ABC Valencia


SI ustedes siguen a columnistas concretos del periodismo nacional, habrán caído en la cuenta de que los escritores nos repetimos. A veces, incluso, más de la cuenta. No me refiero a que tengamos nuestros tics verbales, nuestras manías sintácticas, nuestros caprichos en la respiración de las frases, nuestras insuficiencias: todo eso que termina por convertirse en el estilo propio. (Porque un estilo suele ser más un cúmulo de pequeños defectos bien disimulados que un repertorio de grandes virtudes evidentes.) No: no me refiero a eso.
Los escritores de periódico nos repetimos por obligaciones de la realidad, por estrictas imposiciones del mundo alrededor. No hay columnista que se precie y que no haga, pongamos por caso, su artículo navideño, su reflexión vacacional, sus dos folios sobre el verano y sus calores. No hay defensor del periodismo literario que no haga su elegía al año que se va con el 31 de diciembre, que no cante el despertar de la primavera -que es siempre el despertar de fuerzas superiores a nosotros-, que no melancolice desde su ventana con el deambular de las gentes sin rumbo en los atardeceres de una gran ciudad. Son pies forzados. Artículos que todo mirón se siente tentado a ensayar una y otra vez, partituras clásicas del clásico repertorio del articulismo. Los escritores nos defendemos de maneras muy diferentes ante la acusación de que nos repetimos, aunque solemos repetirnos también en nuestros argumentos de defensa. Solemos decir, por ejemplo, que la realidad es eterna y que el artista debe dar cuenta del eterno retorno de las cosas. Solemos declarar que quien es dueño de una visión del mundo no puede traicionarla. Solemos alegar que sólo se repiten los escritores que poseen voz propia, y que sólo los faltos de ella aspiran a ese valor de segunda clase que algunos denominan originalidad. Solemos insistir en el hecho indudable de que la vida misma es la que insiste en sus tópicos, y que la escritura está obligada a abordarlos. Solemos decir y decir, y buena parte de lo que decimos suele sonar a excusa, lo sea o no en realidad.
Lo cierto es que yo soy partidario de las repeticiones: de las repeticiones dentro de un orden. Por todas las razones previas, y por una esencial: porque volver sobre algunos asuntos imperecederos representa descubrirlos con los nuevos ojos de quien somos a cada nuevo instante. Creo que el verdadero escritor está obligado a repetirse, a retratarse, a lo largo de distintas épocas de su vida, en ámbitos idénticos. Que está obligado a autorretratarse para que lo conozcamos en el tiempo con mayor hondura. Desconfío de los poetas que no han hecho su poema a la luna, o al mar, o a la ciudad, o al viaje. De los poetas que no asumen el riesgo de hablar sobre aquello de lo que todos han hablado y hablarán todos. Hay que repetirse, pues, en lo universal y en lo particular.
De manera que voy a dejar constancia, otra vez, de que ha llegado septiembre con su luz sólo suya, con su gasa de sutileza para envolver las cosas. Ha llegado septiembre de nuevo, y de nuevo hay que fijarlo en las palabras, para ver si las palabras se tiñen de septiembre y adquieren su dulzura de vivir. Septiembre ha vuelto.

Sólo es opinión, Germán Valcárcel

Columna publicada en Diario de León

DEPRESIONES / Germán Valcárcel Río
Sólo es opinión

Un columnista acrítico es lo más parecido que hay en el mundo a un tendero, y los lectores deberían de tener claro que la mayoría de las columnas sólo tienen sentido si su objetivo es el de crear discusión. El columnismo de opinión es el género periodístico donde se expresan comentarios personales y poca o ninguna información objetiva, y no tiene otra función que ofrecer una mirada personal sobre la actualidad. Pero existe en el Bierzo, en general en todo el país, una cierta creencia entre los dirigentes de los partidos políticos (en esto coinciden desde el PP a IU, pasando por el PSOE o los llamados sindicatos mayoritarios), y lo que es más nefasto, entre muchos de sus militantes, votantes o simpatizantes, que los columnistas nos debemos dedicar a practicar una suerte de servilismo militante, que nos convertiría en monaguillos de un método político sectario que sería fatal para los intereses ciudadanos, y lo que en el fondo es peor, para la propia calidad de la vida democrática. Es la política concebida como relación amigo/enemigo: una concepción nazi.Tomar partido no es lo mismo que aceptar la bochornosa instrumentalización que de los partidos políticos, y de la vida pública, realizan algunos de sus dirigentes. Ser partidario, no da como resultado hacerse partidista. Denunciar que algunos de estos dirigentes tratan de eliminar todo pensamiento crítico y autónomo, para mejor convertir esas organizaciones en sus cortijos particulares o airear que la gran mayoría practica una bochornosa instrumentalización, que convierte los debates políticos en espectáculos que enfrentan a hinchadas iracundas, en lugar de ideas y programas, ocultando así la identidad de intereses, no es más que un intento, al menos en mi caso, de reflexionar sobre la larga e inmensa crisis de la izquierda local, que con sus métodos, tan torpes y zafios, nos ha dejado, a toda su clientela, con los traseros al aire.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Tripita por carita en la columna del periódico

Arcadi Espada en su blog de El Mundo.
http://blogs.elmundo.es/elmundo/2009/08/28/elmundopordentro/1251448115.html

En el periódico son mucho menos rígidos en fondo que en forma.Ponen mala cara si titulo a una línea la columna y, tras la última remodelación, se negaron en redondo cuando les propuse utilizar la caja del sumario para poner allí la antigua coda. Pienso en Lippmann que hasta los 75 años, y llegar a Newsweek, escribió con las medidas que le daba la gana, como debe ser y como la linotipia digital permite. Equivocado con toda seguridad, desde luego, pero yo creo, y fanáticamente, que en un diario no debe haber derroche de espacios, excepto para el blanco, que es el lugar donde se piensa. Ejemplo de derroche, y clamoroso, me parecen las fotografías de los columnistas. A qué, y cada día, las fotos repetidas de esos tipos, sin amenidad ninguna, siempre iguales, con el agravante de que algunas fueron tomadas veinte años atrás. Si al menos variaran a diario... y pudiera haber en ese recuadro intención, información, metáfora, algo, cualquier cosa, más allá de «santos»... Escribiendo la columna estuve ayer a punto de llamar y, aprovechando la flojedad vacacional de la Guardia de Hierro (no hablo del Director sino del Diseñador), proponerles que quitaran mi cara y pusieran la tripita de una Miller, a cuya glosa me dedicaba. Las columnas necesitan muchas veces foto. Salvo la fotomatón, jamás mejor dicho.

Juan Manuel de Prada: Refritos

Juan Manuel de Prada. Refritos
XL SEMANAL. 20 de septiembre de 2009

¿A qué escritor no le ha acometido alguna vez la tentación de reciclar sus palabras de antaño, haciéndolas pasar por nuevas? El torbellino de la colaboración periodística suele acuciarnos con peticiones que nos pillan desfondados o haraganes; y, en semejantes circunstancias, suele la memoria acudir en nuestro auxilio, recordándonos aquel artículo que escribimos en nuestra oscura juventud, sobre un asunto que vendría pintiparado para la petición que acaban de hacernos en no sé qué periódico o revista. El ardid del refrito, consistente en colar como inédito un trabajo literario cuando en realidad se trata de una reproducción exacta, o con ligerísimas variantes, de otro que colocamos en un pasado más o menos difuso, constituye uno de los pecados veniales en los que con mayor perseverancia incurre el escritor. Sobre el escritor refritero, cuando es descubierto, se abaten el baldón y la burla; y, en cierto modo, en su acción hay algo de la rendición vergonzante de quien se siente agotado y, para remediar ese achaque, acude a la arqueología del pasado, rescatando el cadáver de su ingenio difunto. En este recurso del refrito descubrimos la misma coquetería trágica de esas actrices otrora bellas que, para ilustrar sus folletos de promoción, recurren a los retratos que les hicieron, antes de que las arrugas se ensañaran con sus facciones; al conjuro de esas fotografías que las preservan jóvenes, obtienen el consuelo frágil de seguir creyéndose ajenas a los zarpazos del tiempo. El refrito adquiere así unos perfiles patéticos y mendicantes que convierten a su artífice en diana del hazmerreír general. Pero el refrito también puede ser la cortesía máxima del escritor que, sabiendo que sus palabras ya nunca recuperarán aquel pálpito de inteligencia o emoción que alcanzaron en el pasado, en lugar de ofrecer un pálido oropel que las remede, prefiere regalar a sus lectores el oro originario de esas palabras, seguramente relegadas a la escombrera del olvido. Ciertamente, el abuso del refrito puede convertir a un escritor en una caricatura de sí mismo: esto le ocurrió, por ejemplo, a Emilio Carrere, rapsoda de las musas del arroyo y de la bohemia más desastrada, que solía amueblar sus manuscritos con capítulos recaudados de sus obras anteriores, a las que sólo cambiaba el título y los nombres de los personajes, completando la labor de aliño con un capítulo preliminar que variase someramente las circunstancias de la narración. Pero no siempre el refrito degenera en esta ropavejería de la literatura; pensemos, por ejemplo, en Valle-Inclán, que con gran habilidad empedraba sus novelas con los retazos de los cuentos que previamente había publicado en las revistas de la época, obteniendo a cambio unas rumbosas gratificaciones que sus libros nunca le depararon. Julio Casares, aquel erudito de incesantes prolijidades que consagró sus insomnios a detectar las mil y una veces que Valle plagió a Casanova, D’Annunzio o Dostoiewsky, incluye en su Crítica profana varios pasajes en que el autor de las Sonatas se dedica al expolio de sí mismo, trasplantando a sus libros párrafos enteros de sus colaboraciones periodísticas. Pero ¿acaso la comisión del refrito rebaja en un ápice la esmerada orfebrería de la prosa valleinclanesca? Todo escritor de raza sabe, cuando acierta con una página memorable, que la fatalidad acabará obligándolo a rescatarla bajo otros ropajes, para volver a obtener el aplauso de sus olvidadizos lectores. Otro refritero insigne y recalcitrante, acostumbrado a pasar varias veces sus artículos por la sartén de la prensa, fue Julio Camba. Instalado ya en los aledaños de la senectud, prisionero en su habitación del lujoso hotel Palace de Madrid, definitivamente entronizado como el gran maestro de la ironía, Camba consagró su última etapa como articulista al rescate de piezas de juventud que la desidia de los lectores había olvidado. En ABC no tardaron en descubrirle la trampa, pero nunca se lo reprocharon, pues ¿acaso aquellas palabras traspasadas de sutil inteligencia no merecían los honores de la reimpresión? En más de una ocasión, me ha ocurrido que lectores entusiastas se han dirigido a mí, conminándome a repetir de inmediato el asunto de determinado artículo de su gusto, para multiplicar los efectos de su propagación. A estos lectores ansiosos, verdaderos apologistas del refrito, les respondo siempre: «Paciencia, amigo mío, que todo se andará; basta con que dejemos correr un poco el tiempo».

lunes, 14 de septiembre de 2009

"Umbral tenía una letra difícil de entender, pero muy bonita"

Artes. El Norte de Castilla.
Íñigo Salinas.

Entrevista a María España, viuda de Francisco Umbral



Cuando Miguel Delibes camió su lugar de trabajo a un espacio tranquilo y sin ruido, no pudo concentrarse y seguir escribiendo 'Los santos inocentes'. Borges decidía en la bañera de su casa si lo que había soñado le servía para ua novela. Isabel Allende siempre comienza sus libros el 8 de enero. Cortázar redactó 'Rayuela' casi poseído por sus personajes yc on lanoción del tiempo absolutamente perdida. García Márquez necesita una flor amarilla sobre su mesa para poder trabajar.

Y es que cada ecritor tiene sus costumbres y ritos a la hora de atraer la atención de las musas, de las que ela advertía que acuden más raudas a la llamada de la transpiración que a la de la inspiración. El Nobel escribía a mano, con unaletra minúscula y aprovechando todos los rincones del cuaderno. Francisco Umbral prefería hacerlo a máquina.

-¿Tenía francisco Umbral alguna costumbre para escribir?

-No especialmente. Eso sí, siempre seguía el mismo horario. Se levantaba sorbe las nueve de la mañana. Lo primero que hacía era leer un par de periódicos y, sobre todo, a los articulistas. Después escribiía su columna en muy poco tiempo. Nunca tardaba más de media hora en hacerlo, pero, eso sí, antes de ponerse a ello ya lo tenía todo muy pensado. Cuando terminaba la columna la enviaba y escribía dos o tres folios de la novela que estuviese haciendo en ese momento.

-¿No se tomaba algún día descanso a la semana?

-No. Para Paco su trabajo ya eran unas vacaciones. Él trabajaba en lo que le gustaba. Siempre se sentaba en la misma silla, enfrente de la mesa que está en un rincón del salón de nuestra casa en Madrid.

-¿A mano o a máquina?

-Siempre escribía a máquina. Es que teniá un pulso muy malo ya desde pequeño y después, con el paso de los años, fue a peor. Sobre todo a partir del 2003. Así que, en vez de escribir sus textos a mano, prefería hacerlo a máquina. Su letra era bastante difícil de entender, pero era muy bonita. Al menos amí me gustaba mucho.

-¿Le costaba mucho escribir?

-No, al revés. Escribía todo seguido, sin apenas borrones. De hecho, apenas existen copias de los textos originales. Cuando los terminaba, los enviaba a la editorial, después recibiía las galeradas y les echaba un ojo, pero prácticamente no cambiaba ni una coma.

domingo, 6 de septiembre de 2009

El columnista. Manuel Esteban
Las provincias, 4 de septiembre de 2009

Manuel Esteban escribe un artículo sobre el columnismo


El columnista es la persona no profesional que dedica parte de su tiempo libre a escribir artículos de opinión en los medios de comunicación escritos (periódicos).
Esta es la definición que daría cualquier diccionario de la lengua. Pero detrás de este contexto se encuentra una persona con todas las connotaciones que esto conlleva.
Normalmente se trata de personas cuya vida profesional no tiene nada que ver con los medios de comunicación. Son mortales que tocados por la musa o inspiración como prefieran denominarla, no pueden aguantar sus impulsos por escribir y expresar por este cauce, sus opiniones, vivencias, etcétera. Pero su intención es que se extrapolen estos artículos a sus semejantes.
Por lo tanto buscan un conducto como son los periódicos, las revistas, etcétera. Incluso algunos articulistas tienen medios más poderosos de divulgación de sus columnas o artículos, como son las páginas webs o blogs personales, que por internet puede llegar a cualquier persona dentro del planeta tierra.
También hay quien los define: como la persona que rellena ese hueco del periódico, que no teniendo publicidad, es tan difícil de cubrir por el profesional del medio. Esta definición personalmente no me gusta en absoluto. No creo que los profesionales de la información (periodistas) se aprovechen del articulista para rellenar ningún hueco de la publicación.
Todo lo contrario, creo firmemente que los responsables del periódico (directores) respetan escrupulosamente ese espacio que le otorga la rotativa, para que el columnista humanice el diario, provocando que no todo sea narrar la noticia de actualidad.
Si no que el interés del lector se desvié hacia el articulo del colaborador habitual, que va a contar o dar su opinión particular, sobre un determinado asunto o tema que le preocupa.