domingo, 11 de enero de 2009

Javier Marías. Lo que no vengo a decir

Javier Marías. Lo que no vengo a decir
EPS. 28 de diciembre de 2008

Yo no sé durante cuánto más tiempo tendrá sentido que escribamos artículos los que los hacemos, pero me temo que es un género al que le queda poca vida. Tal vez desaparezca sólo a la vez que los periódicos, al menos los de papel impreso, pero también es posible que le llegue antes su hora, dado el número creciente de lectores que no sabe entenderlos o -lo que es aún más deprimente- no está dispuesto a entenderlos, no le da la gana de hacerlo. Entre los que no saben se cuentan cada vez más jóvenes, como ponen de manifiesto los informes PISA y demás encuestas sobre la enseñanza, según las cuales va siempre en aumento la proporción de estudiantes incapaces de comprender un texto breve, no digamos de resumirlo. Y es de suponer que, cuando dejen atrás sus estudios y ni siquiera tengan que ejercitarse ni examinarse, los comprendan aún menos, por lo que la población adulta futura será analfabeta en la práctica: sabrá leer palabras sueltas, pero no las entenderá combinadas, y sobre todo no entenderá los conceptos, los razonamientos ni las argumentaciones, ni podrá detectar una contradicción ni una incongruencia. Habrá excepciones, claro está, y serán ellas las que manejen el cotarro, porque en contra de lo que muchos jóvenes y pedagogos creen -que no sirve de nada aprender lo que no va a utilizarse profesionalmente-, quienes tengan una cabeza estructurada seguirán siendo los sobresalientes del mundo. El que sepa latín -”una pérdida de tiempo”- y matemáticas -algo “casi innecesario”, con las máquinas calculadoras- sacará una ventaja insalvable a sus especializados contemporáneos.
Pero ya ahora abundan quienes no se sabe por qué leen artículos, cuando lo que buscan y hacen es convertirlos en lemas o proclamas o slogans. Los que escribimos estas piezas intentamos, en términos generales, contar, decir y explicar, razonar, argumentar, criticar, exponer una cuestión y matizarla, analizar, llamar la atención sobre aspectos de la realidad que nos parecen inadvertidos, examinar pros y contras de algún asunto, y desde luego influir, persuadir, convencer y crear dudas. Ustedes leen nuestras columnas en pocos minutos y a menudo distraídamente, y así debe ser: lo que se opina en un diario también tiene mucho de pasatiempo para el lector. Pero eso no quita para que los articulistas nos esmeremos en lo que decimos y dejamos de decir, dediquemos varias horas a componerlas y algunos hagamos un borrador o dos antes de la versión definitiva. No siempre, pero con frecuencia, uno procura afinar y no expresar las opiniones de manera gruesa ni demasiado tajante; pensamos -mal o bien- sobre las cosas, no soltamos lo primero que se nos ocurre, damos vueltas a nuestras convicciones y a veces descubrimos que hay cuestiones sobre las que es difícil tener una opinión, porque son complejas o desconcertantes: nos limitamos a exponer nuestra perplejidad y nos abstenemos, por tanto, de emitir una conclusión a la que no hemos llegado. Incluso a veces hacemos virguerías para matizar una postura o para que no se entienda algo distinto de lo que uno ha querido decir.
Cada vez hay, sin embargo, un mayor número de lectores de artículos que cogen la pieza y no leen lo que ésta dice, sino que van a la búsqueda de lo que, según ellos, viene a decir. No les interesa nada lo que hay en el texto, sino el lema o slogan que deciden “extractar” de él, y que seguramente no está en él. En el fondo éste les parece “paja”, y hacen caso omiso de las salvedades, las matizaciones, las argumentaciones y los razonamientos, para resumir: “Ya, lo que viene a decir este tío es que no hay que tener ordenador ni usar e-mail“. O: “… que no se deben abrir las fosas de la Guerra Civil”. O: “… que las amas de casa son unas petardas”. O: “… que la famosa cúpula de Barceló es una estafa y un despilfarro”. O: “… que hay que ponerle la placa en el Congreso a la Sor Maravillas esa que no la conocía ni Dios”. Es decir, por mucho que uno trate de no simplificar un asunto, a menudo se encuentra con que no pocos lectores se lo simplifican a uno, lo quiera o no. A veces es desesperante, se lo aseguro, por muy curtido que uno esté y aunque sepa que son gajes del oficio. Una de las principales causas de que suceda esto es la cerrilidad política: hay lectores que, si uno se aparta un ápice de lo que ellos quieren leer, lo toman ya como un agravio y lo meten a uno en el saco de “los enemigos”. Otros le reprochan que no haya señalado algo que justamente sí ha señalado, lo cual siempre me deja estupefacto. Hay quienes se fijan en una sola frase que no les gusta y omiten la existencia de todas las demás, y quienes buscan como locos alguna hoja por la que coger el rábano. Y demasiados no están dispuestos ni siquiera a atender y enterarse, a sentir curiosidad por la visión de “este tío o esta tía”, y, por así decir, leen sólo lo que deciden leer, esté ello escrito o no. Cada vez más gente desea únicamente reafirmarse en lo que ya piensa, o indignarse si no lo encuentra, y al pie de la letra además. Gente que se adentra en una pieza más o menos compleja para sacar de ella una conclusión simplona o falsa. ¿Qué futuro, pues, le aguarda a este modesto género? Yo me imagino que este mismo artículo de hoy será resumido por unos cuantos así: “Marías se queja de que no lo entienden”. O aún peor: “Marías desprecia a sus lectores y los llama simples”. En fin, pues qué se le va a hacer.

Juan Cruz. "Se van a enterar en Moscú"


Juan Cruz. Se van a enterar en Moscú
El País, 28 de diciembre de 2008


En los años de los que algunos no quieren acordarse había un periodista que se sentaba ante la máquina de escribir, en la Redacción de El Español o del Arriba, y exclamaba:


-¡Se van a enterar en Moscú!
La costumbre sigue hasta nuestros días. Pero como Moscú ahora puede esperar el grito del periodista contemporáneo va contra La Moncloa, contra Génova o contra sus sucedáneos. Cuando no aconseja a los presidentes o a los ministros cómo debe llevar a cabo los planes económicos o agrícolas, amenaza con el infierno a los que no son de su agrado, y festonean sus columnas o comentarios de denuestos y bromillas que si se dijeran ante su propio espejo resultarían equivalentes a ataques personales, es decir, contra la libertad de expresión.
Cada periodista tiene su metralleta y la dirige contra la trinchera enemiga, para que se entere. Y lo hace juntando las cejas, explicando cuánto le duele el corazón de España, es decir, su corazón. El comentarista no se equivoca, su diana da siempre en su sitio.
Ese hábito del que fue un adelantado aquel periodista del franquismo contamina aún el articulismo nacional, que bebe de lo que pasa tanto como bebe de lo que los medios dicen que pasa. Si no existieran los periódicos de hoy, u otros medios, qué harían los comentaristas de mañana, que esperan en sus casas el cadáver de la información, sobre la que cosen sus argumentos. Y si la realidad cambia, o es otra, allá que se las apañe la realidad. Él ya hizo sus deducciones, son las que valen.
Un articulista de los de ahora, que también es como un articulista de los que dicen "¡Se van a enterar...!", confundió una vez en una tertulia a un político con un empresario de su mismo nombre, y arremetió contra aquél hasta que uno de los dos deshizo el entuerto. Pero fue para bochorno del argumento, porque el periodista siguió impávido reiterando sus denuestos como si la rectificación fuera menos válida que su errata.
Otro comentarista, enfrentado ante la tragedia de que el AVE había perdido la E de España, arremetió contra el Gobierno actual; no varió un ápice su cabreo cuando se supo, y se sabía, que esa E cayó por una decisión de los que antes administraron este país y no por los que ahora lo gobiernan en contra, parece, de la esencia nacional.
Es una cuestión de humor, es decir, de mal humor. Las cejas de este país cogieron carrerilla hace años, y la solemnidad habitó entre nosotros y se hizo sitio en ese espacio de los periódicos donde la gente tiene la tentación de imitar a aquel periodista colérico. No siempre fue así, ni todos son así, claro que no, ni en todas partes es así. Javier Marías ha tenido ahora la feliz ocurrencia de editar, en su sello de Redonda, un libro que es una espléndida isla en la que pueden solazarse los lectores que buscan respiro.
Esa isla se llama Revolución en el jardín, una colección de textos periodísticos del mexicano Jorge de Ibargüengoitia, acaso el columnista más célebre pero más desconocido de la prensa en español. Tuvo la mala idea de morirse en 1983, en medio de la desgana que a este país (España) le entró con respecto a la literatura iberoamericana, de modo que sus novelas y sus textos se fueron con él y se perdieron casi al tiempo que se estrellaba el avión en el que iba a Colombia a un congreso de escritores; con él iban otros escritores (Ángel Rama, Manuel Scorza, Marta Traba...) que también fallecieron en aquella tragedia.
A lo largo de los años, este Ibargüengoitia que hizo teatro (y no lo siguió haciendo porque su nombre era más grande que los afiches...) escribió unas columnas extraordinarias sobre todo en Excelsior de México; volver a ellas, oportunidad que ahora abre en España esta edición de Redonda, preparada por Juan Villoro, un destacado sucesor suyo, abre el apetito para celebrar la existencia de uno de los más brillantes contadores de historias (periodísticas y no) que haya existido entre nosotros en este último medio siglo.
¿Qué tiene Ibargüengoitia? Aparte de un nombre tan difícil de recordar como de reproducir sin mirar la cubierta del libro, Jorge tiene humor, sencillez, rapidez, información, ingenuidad, cultura, mala leche, ausencia de mala leche, rigor, duda, ingenio. De todos esos valores, que si se ponen en la coctelera adecuada dan un periodista o un columnista genial, o incluso un hombre de teatro, e incluso un político, el que más destaca es la sencillez. En esta antología del autor de Relámpagos de agosto hay dos pequeñas obras maestras que sirven para que los maestros actuales del periodismo les digan a sus discípulos cómo tienen que huir de las cejas altas. Uno es la crónica que escribió cuando murió su madre y otro es el relato que hizo cuando volvió de Cuba a México en 1964, cuando no se decía aún que a la adoración a la Revolución cubana había que ponerle límites.
Esos textos equivalen a un libro de estilo, y tendrían que formar parte de la antología mental del columnista (y del periodista) contemporáneo, español y de cualquier sitio. Pueden leer el resto del libro (y de Ibargüengoitia), es obligatorio (y lo ha dicho aquí ya varias veces Enric González), pero sin esos dos textos quedaría cojo cualquier reportaje sobre lo mejor que uno haya leído nunca. Díganlo, que se enteren en Moscú.


Ray Loriga ficha por EPS

Ray Loriga se suma a las firmas de EPS, el suplemento dominical de El País.

Cercas y Millás muestran sus «territorios compartidos» y su fascinación por el periodismo

El diario montañés. 22 de diciembre de 2008

Los escritores Juan José Millás y Javier Cercas, que dialogaron ayer en Santander sobre la escritura, el lenguaje y loslibros, recorrieron «territorios compartidos» en su concepción de la creación literaria, además de sentir ambos una «fascinación» por el periodismo.
Millás y Cercas, de Kafka a Borges, protagonistas del foro 'La Literatura como medio de vida' celebrado en el ámbito de Juvecant 2008, reconocieron la dificultad que puede entrañar la iniciación de los jóvenes en la lectura, en una época en la que prima la imagen por encima de las palabras.
El autor de 'Soldados de Salamina', tras explicar que tiene un hijo de 13 años que «no es particularmente aficionado a la Literatura, por ser territorio de su padre», ironizaba al opinar que «lo mejor sería prohibirles leer y a lo mejor así les interesaría hacerlo».
«La noción de lectura obligatoria no vale», añadió Cercas, quien comparó los libros con el jamón de Jabugo y con el sexo. «La lectura es un placer como el jamón o un buen polvo y deben probarlo», sentenció Cercas .
En la misma línea se expresó Millás, al recordar que empezó a leer y a escribir «en contra de alguien y en la clandestinidad», en un época en la que «la lectura no estaba tan bien vista como ahora».
E incluso sostuvo que «ahora hay un consenso terrorífico de que leer es bueno», cuando, a su juicio, a la lectura hay que acercarse de forma individual. No obstante, Millás matizó que «imaginar una sociedad no lectora cuesta trabajo porque supone un mundo muy opaco». A instancias de los periodistas, Millás y Cercas, autores de 'El mundo' y 'Soldados de Salamina', respectivamente, dieron un apunte sobre la opinión que tiene uno del otro. «No somos amigos, pero hay un sentimiento común y una empatía», rompía el fuego Millás y añadía que en sus respectivas novelas hay zonas «tangentes» y «territorios compartidos». Por su parte, Cercas fue más allá al subrayar que «es más que empatía». «Yo, como tantos de mi generación, he aprendido mucho de Millás», enfatizó Cercas .
Además, ambos se declararon admiradores de la obra de Gonzalo Suárez, un «escritor único» para Millás y el «primer escritor posmoderno y un pionero absoluto», según Cercas .
Pero, principalmente, los dos escritores hablaron de su compartida faceta como «periodistas», aunque la forma en la que elaborar sus respectivos artículos es muy diferente. Millás subraya que su actividad periodística es «intensa», que le gusta mucho y, sobre todo, que le viene muy bien para su escritura en general. «No puedo hacer sólo una cosa, porque soy como un niño y me canso enseguida de hacer lo mismo», señala el articulista.
Sin embargo, el caso de Cercas es diferente, porque, según él mismo explica: «Millás escribe un artículo cada día y yo uno cada dos semanas». Pero, subraya que para él «el articulismo fue un descubrimiento enorme». Cercas es cauto en cuanto a la influencia d el periodismo en un escritor. «No se si me está resultando tan útil como a Millás , porque tiene sus peligros y me aterra la posibilidad de convertirme en un opinador», explica. El placer de escribir, las rarezas, el vínculo con la realidad, la figura del lector y la identidad del narrador fueron aspectos abordados durnate el encuentro organizado por Juventud en el Paraninfo de la UC.


Otros encuentros de los autores

Hermann Terstch. El columnista total.

Hermann Tersth. El columnista total.
ABC, 31 de diciembre de 2008




Como todos estamos hoy empeñados en un ejercicio de buena voluntad y de despliegue de los mejores deseos para este 2009 que se presenta bastante canino, no seré yo el aguafiestas horas antes de las campanadas. Me resistiré por ello a bucear por las profundidades de las reflexiones del presidente Zapatero sobre su supuesto «alter ego», Barack Obama, expuestas ayer en otro diario. Pero me permitirán que exponga para la posteridad algunas de las frases de este hombre que construye frases con tanto desparpajo y desenfado que las palabras se antojan ovejas bailarinas estabuladas en un fumadero de opio. No hablamos del contenido. Carece de importancia. Dice que las conquistas de EE.UU -a quien ahora corteja-, son la ONU e Internet. No su Constitución y su lucha por las libertades. Minucias. Vayamos al virtuosismo en domesticar ovejitas. Al final de la danza en trance, las bestezuelas ya no saben si son derviches de Damasco o dantzaris de Lequeitio. Así surgen posturillas como «si la política ha producido cambio, ahora le toca al cambio producir política.»

Comenzó a destapar el frasco de sus esencias con su frase más sincera hasta la fecha: «Las palabras deben estar al servicio de la política». Mandamiento impuesto. Las ovejitas dopadas con su travestismo semántico son hoy paisaje dominante en nuestras praderas habladas y escritas. Pueden ser blancas, negras, violetas o carmesí con toda la alegría faldicorta que las ansias infinitas de bondad confieren. ¿Qué rayos importará lo que significaba una palabra antes de mí, si quiero utilizarla para decir otra cosa? Así, la grácil desenvoltura de la prosa del Gran Timonel acaba como si las ovejitas bailaran el «Toterkinderlied» de Mahler creyendo que es el «Cascanueces»: «No es fácil, nunca lo es, pero se puede». Las ovejitas beodas se dejan hacer de todo. Estén satisfechos. El líder, el prestidigitador, el columnista total pasará a la historia. Feliz año.

Gemma Lendoiro. "Querida Maruja Torres"

Has ganado el premio Nadal. Lo primero, felicidades. Tus novelas no me fascinan, pero sí tus artículos. Creo sinceramente que tienes el dominio del arte del columnismo y estás en el olimpo compartiendo plaza con los grandes como Raúl del Pozo, Paco Umbral, Alfonso Ussía o Enric González. Pueden o no gustar tus ideas pero eso es lo de menos porque aquí lo importante es el manejo de la lengua y en eso eres una dominatrix. Los domingos mantengo mi ritual y primero te leo en el EPS aunque, eso sí, después de hacer lo propio con Carmen Rigalt que destila idéntica mala leche pero habla de cuestiones más banales y, por ende, más propias de las mañanas domingueras. Te has convertido en parte de mi rutina dominical y es por eso que me alegro profundamente por tu premio.
Ahora bien, me parece un tremendo cachondeo que la edición digital del periódico dónde trabajas publicara una hora antes de que se comunicara el fallo que tú eras la ganadora. No es que me sorprenda el hecho de comprobar (una vez más) que los premios están destinados de antemano y la coña del jurado es una pantomima más, pero…esta vez ¡¡¡ha sido tan descarado!!!
Que cada año ganen los premios escritores ya consagrados tiene su coña, especialmente porque se supone que mandáis los originales con seudónimo, pero que esta vez lo hayáis publicado antes de tiempo es de premio periodístico. Imagino que, tal y como están los ánimos en el periódico, igual algún amenazado con despido ha hecho la gracia. ¡Quién sabe!
Yo creo que a estas alturas de tu vida en la que hace tiempo ya que te resbala casi todo, tendría coña que con tu habitual desparpajo te marcaras una columna hablando de este tongo. Al fin y al cabo siempre te has caracterizado por defender las injusticias en la vida y con el mismo énfasis con el que pediste que se investigara el Prestige (poca broma) podías ahora pedir una explicación de por qué no se han valorado el resto de los originales que tanta gente anónima ha enviado con tanta ilusión. Yo sé que en tu interior tienes que estar de su lado porque tú siempre has estado del lado de los oprimidos. Y en este caso, todos los olvidados por el premio, lo son.
Ahora que ya te has proclamado ganadora, agarra la pasta y escribe una de tus geniales columnas y descojónate de este cachondeo que es ganar un premio literario. Mientras espero paciente y deseosa que lo hagas brindaré por ti por este nuevo premio. El Planeta ya lo agarraste en 2000 y no dijiste ni pío e intuyo que viniendo del mismo grupo editorial llevan idéntico proceso de selección de ganador.
En esa espera, felicidades, Maruja, y que lo disfrutes porque te lo mereces. Aunque seas infinitamente conocida.Saludos, Gema Lendoiro