domingo, 9 de marzo de 2008

JULIO LLAMAZARES Y EL COLUMNISMO BABIANO

Julio LLamazares y el columnismo babiano
Iñaki Ezquerra. El Norte de Castilla. 1 de marzo del 2008

'Entre perro y lobo' presenta una recopilación de las columnas periodísticas del autor leonés Julio Llamazares, género en el que se siente a medio camino entre la libertad y la domesticación

El columnismo es un acto de rebeldía y de sumisión a la vez, de individualismo y de concesión al grupo. Un texto que se publica en un periódico no puede albergar el grado de insumisión y de creatividad que encierra una novela o un volumen de cuentos o un poemario por el propio medio en que se publica, pero al mismo tiempo supone una cierta incursión de esa insumisión y de esa creatividad en dicho medio. Por ello, es más que adecuada para definir ese arte la expresión tomada del francés con la que Llamazares titula esta colección de 69 artículos y que se utiliza para llamar la luz indecisa del atardecer. Pero, además de todo eso, ese dicho es realmente apropiado asimismo para un columnismo como el de Llamazares, que se halla lejos de la pincelada incisiva, del aguijonazo agudo o la mordedura sarcástica. El autor de 'La lentitud de los bueyes' no es un columnista que coja al toro por los cuernos ni que aspire a polemizar. Su escritura se instala más bien en una modesta torre de marfil o de barro que queda formulada de modo explícito en el artículo titulado 'En Babia', en el que alude al origen que tiene esa expresión en los periodos de ocio que se tomaban los reyes leoneses en tal comarca para descansar de las luchas e intrigas palaciegas o en la supuesta afición de los propios pastores que la habitan a dejarse llevar por la nostalgia del bello paisaje. Las columnas de Llamazares pueden ser calificadas de 'babianas' y en ese aspecto reside tanto su mérito como su limitación. Hay algo de anarquista, de inconformista y de rebelde individualismo en la huida periodística de Llamazares a esa Babia anímica que él nos defiende como el estado de gracia ideal y hay algo también de innegablemente concesivo y de claudicante en ese gesto. De este modo, la situación en la que el autor confiesa encontrarse -«a medio camino entre la domesticación y la libertad»- excede los límites del propio género columnístico para adentrarse en el territorio vidrioso de los contenidos, si bien hay que constatar asimismo que la 'fuga' que practica Llamazares respecto a la actualidad mediática y la realidad política del país es honesta porque no pretende vendernos otra cosa, no trata de pasar por un escritor comprometido sino que hace más bien alarde de lo contrario, de su huida a un mundo que, por otra parte, es familiar a todas sus obras. Desde la publicación de su primera novela, 'Luna de lobos', Llamazares ha encontrado refugio en un universo rural 'moderadamente poetizado', esto es, ajeno a cualquier sublimación y ubicado en un delicado realismo. La poética narrativa de Llamazares -como su narrativa poética- es algo muy parecido a la poética o la narrativa cinematográfica de 'Vacas' de Medem, pero sin la mistificación nacionalista que éste lleva al celuloide. Llamazares invoca a menudo a animales tanto en su poesía como en su prosa pero no los enrarece místicamente, no les da una dimensión divina sino que nos descubre lo humano en ellos a través de un humilde registro que linda con el neorrealismo. Babia no es una patria esencialista ni étnica sino una parcela precaria de la existencia que se conquista desde una realidad cercada y cotidiana.
Entre perro y lobo
Alejandro Gándara. El Escorpión. elmundo.es

Julio Llamazares recopila sus artículos de prensa de los últimos veinticinco años en “Entre perro y lobo” (Alfaguara). Explica el autor que ésa es la expresión usada por los franceses para designar esa luz indecisa del caer de la tarde.

Y que también es una situación: la del que está entre la domesticación y la libertad. Como individuo, como escritor y como periodista, la situación resume los sentimientos de Llamazares.
Ciertamente es un escritor especial, respetado y aplaudido, pero ofreciendo siempre el perfil al alboroto del mundillo y a sus lances. Le conozco desde hace ese mismo cuarto de siglo de su recopilación y, aparte de su inacabable sentido del humor, y su disposición a echar una mano en cuanto hace falta, el gesto no le ha variado.

'Después de revisar uno por uno, después de releer los artículos, me reafirmo en mi opinión de condición ambigua, de escritor que escribe a caballo, tanto en prensa como en una novela, entre la imaginación y la realidad, de viajero, en fin, que mira la vida desde la ventanilla de un tren que cruza el paisaje envuelto en una luz que no es real ni irreal del todo.

Esa luz que hace que el mundo no sea blanco ni negro, pese a que aparezca así en los periódicos'. Pues saludamos su vuelta.
Entre perro y lobo
Juan Cruz, elpais.es
La contracubierta del último libro de Julio Llamazares le sirve al autor de pueblo sepultado, Vegamián, que ya no existe, para mostrar su autorretrato, como escritor, como persona, como periodista, es decir, como él mismo. En unas líneas, traza la explicación de su mirada, de su modo de estar en la vida, como ser recóndito, un paseante extrañado que ha tenido siempre en la silueta de la calle el lugar de su reposo; es un hombre de veredas, de ríos y de montes, y su mirada siempre ha sido consecuencia de esos derroteros. Ahora explica esa vocación de caminante, y lo hace aprovechando el espacio de la contraportada de ese libro último, Entre perro y lobo, que acaba de publicarle Alfaguara. Autobiográfico casi siempre, por ejemplo en Escenas de cine mudo, existencialista español en La lluvia amarilla, espectador de la memoria perseguida, en Luna de lobos, aquí es espectador de sí mismo, y se ve así: "Entre chien y loup (entre perro y lobo) es como llaman los franceses a esa luz indecisa del atardecer que se produce cuando el sol ya se ha ocultado pero la noche no se ha adueñado todavía de la tierra. Pero perro y lobo es también una situación: la del que está a medio camino entre la domesticación y la libertad, que es en la que yo me he sentido siempre". Es su definición, su retrato, y acaso es el retrato deseable, el que debería devolvernos el espejo cuando ya se tienen, y él los tiene, 53 años, aunque siempre parece que Julio es aquel que llegó de León a extrañarse de la ciudad más grande. Entre la domesticación y la libertad. Me han dicho que ha terminado su libro de las catedrales, que ha recorrido, entre perro y lobo, durante años, con la paciencia de un cazador de mariposas. Esperémoslo. Y lean, por cierto, a Julio, a los escritores de su generación, a cualquier escritor, a los poetas. Será la única manera de aguantar el volcán electoral que nos deparará esta campaña a la que le auguro la desgracia de la crispación. Un día, después de unas reuniones muy tensas, en 1932, Manuel Azaña escribió en su diario: "Estamos sobre un volcán". Yo tengo esa sensación estos días, una sensación de "atmósfera sangrienta", como decía Severo Sarduy cada vez que observaba desagrado a su alrededor. Preparémonos para exigir sosiego, o por lo menos una atmósfera que permita sentirnos entre perro y lobo.

La columna y el tiempo medieval
La Voz Digital. 11 de marzo de 2008

Todos los lectores habituales de periódicos gaditanos conocen -o deberían conocer- a José Manuel Benítez Ariza. Todos hemos disfrutado alguna vez de sus columnas, de su prosa, de su mirada incisiva y amable al mismo tiempo. En la Feria del Libro de Cádiz de 2005 presentó una recopilación de sus artículos en un volumen editado por Quórum que llevaba como título Columna de Humo. Durante aquel acto, celebrado en el Baluarte de la Candelaria, el escritor todo terreno gaditano (poeta, novelista, ensayista y, por supuesto, columnista) llamó la atención de los allí presentes sobre la naturaleza cíclica, a la manera del concepto medieval del tiempo, de la escritura periodística en su variante de opinión e interpretación.

Según Benítez Ariza, los asuntos que un columnista trata a lo largo de los años ejerciendo su labor periodística dependen del paso de las estaciones. Igual que rescatamos de nuestro armario la ropa que la temporada anterior nos pusimos en invierno, de la misma manera que en verano buscamos nuevas camisetas que sustituyan a las que se nos han quedado demasiado pasadas de tanto lavarlas, el articulista recurre año tras año a los mismos asuntos que abrigaron sus columnas de invierno o puede que se aventure a buscar en las tiendas de su imaginación nuevos argumentos para sus textos estivales pero, eso sí, jamás de manga larga, por aquello de los rigores del verano periodístico.

Somos tiempo y a él se supedita todo, incluso lo que escribimos. Y más aún en un género tan evanescente, tan efímero como el artículo periodístico. Creemos que la vigencia de la escritura en prensa tiene la consistencia del papel que día a día se renueva con cada edición del periódico para el que trabajamos. Sin embargo, la perspectiva que nos proporciona el paso de los años de colaboración para unas cabeceras determinadas demuestra que hay otro tipo de perdurabilidad, una especie de diacronía en la fugacidad.

Cuando el lector se acerque a Entre perro y lobo, el nuevo libro de Julio Llamazares publicado por Alfaguara que recoge parte de sus producción periodística a lo largo de más de veinte años, constatará que lo que apuntaba Benítez Ariza es cierto, que algunos artículos parecen responder, por ejemplo, a las exigencias y avatares estivales, como Días de perros o La nevera.

Probablemente si el libro ofreciera, agrupados anualmente, todos los textos publicados en prensa por Llamazares desde 1986, se podría comprobar mucho mejor esa condición estacional cíclica enunciada por Benítez Ariza. Sin embargo, Entre perro y lobo, al tratarse de una selección, desborda la temporalidad anual y ofrece al lector otra suerte de circularidad.

En los artículos seleccionados el autor recurre a los mismos temas: el mundo rural, la despoblación y el abandono de éste, la marginación económica y política de su tierra leonesa, la defensa, Madrid, los maquis En cuanto a cuestiones políticas, hay que señalar un fenómeno temporal interesante. En sus artículos de los 80 y 90, Llamazares destaca lo irrespirable de la esfera pública española por los continuos ataques más o menos irracionales de unos contra otros. Según lo expresado por el autor leonés en estos textos, parecía que en aquellos años se había llegado a una cota insuperable de crispación en la vida política española. Sin embargo, haciendo bueno el dicho que asegura que quien aspira a mejorar lo malo apunta a lo peor, sus artículos políticos de los primeros años del nuevo siglo, salpicados de teorías conspirativas, onces emes y demás parafernalia dialéctica política reciente, demuestran que no solamente de año en año se repiten los mismos asuntos funestos, sino que, desgraciadamente, poco o nada hemos avanzado en ciertos aspectos.

Conclusión pesimista

La lectura de Entre perro y lobo proporciona al lector la desagradable sensación de hallarse en un bucle temporal inútil que refuta aquel otro dicho que afirma que «quien conoce la historia tiende a no repetir sus errores». Al contrario de lo que cabría esperar de un tiempo como el nuestro, en el que se supone que siempre se avanza linealmente hacia el progreso y la mejora continua de las condiciones de vida de los ciudadanos, la lectura de los artículos del libro nos llevan hacia una conclusión muy pesimista, hacia una concepción temporal medieval, cíclica y repetitiva, en la que de vez en cuando contemplamos con hartazgo la reiteración de los mismos errores de siempre, cuando no agravados.

Este hecho no solo se refiere a la vida política del país, sino que se extiende a otros ámbitos como, por ejemplo, el lenguaje -Modernos y elegantes y Las palabras-, el nivel cultural y moral de la ciudadanía - Parque jurásico o La vida de los otros-, las guerras del Golfo -El zigurat, Bajo la arena- y sus consecuencias -Madrid me mata-, la literatura

En cuanto a esta última, las referencias son muy jugosas. En primer lugar, la literatura aparece ya, aunque no lo parezca, en el título mismo del libro. Como explica el autor en el prólogo, Entre perro y lobo se refiere a las difusas fronteras que para él existen entre la escritura literaria y la periodística, como «esa luz indecisa del atardecer que se produce cuando el sol ya se ha ocultado pero la noche no se ha adueñado todavía de la tierra; esa luz difusa y gris que se parece a lo que en el cine llaman noche americana».

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