miércoles, 15 de octubre de 2008

Eduardo Roldán: Los tertuleros

Eduardo Roldán. Los tertuleros.
El Norte de Castilla, 15 de octubre de 2008


E l reciente desenlace de la demanda por injurias graves que el dinámico alcalde de Madrid interpuso contra uno de los más sintonizados nombres del panorama radiofónico nacional ha vuelto a traer al primer plano de la palestra informativa toda la madeja verbal y los bastidores ocultos de la radio, ese gigante ciego de lengua incansable y memoria de pez. La radio hoy puede clasificarse/reducirse en/a tres esferas fundamentales: la musical -por así llamarla en las cadenas corporativas, pues en puridad sólo la atiende Radio Nacional-; la publicitaria -complemento indispensable de la anterior, que la sustenta y a la vez reduce, al punto de ocupar más tiempo que las canciones en ciertos programas supuestamente dedicados a la música-, y la esfera opinatriz, o sea los tertuleros, que son quienes meten caña diaria al asunto, arrastran audiencias y en definitiva más servicio hacen en el atasco o el currele, asordando con su verborrea cruzada la bocina del pasmado de delante o las quejas del compañero que no termina de cuadrar el balance y a quien el niño no le ha dejado pegar ojo, hombre.
Dejando al margen al director del cotarro, supuesto moderador que sin embargo no puede evitar se le escape algún 'uppercut' de cuando en cuando, en primer lugar tenemos al tertulero oficial, un señor sin otra dedicación conocida que la de acudir a cuanta tertulia se le ofrezca -eligiendo según pago- y con una capacidad camaleónicamente asombrosa para defender una opinión en un programa y la contraria en el siguiente. Este tertulero oficial es el tipo más genuino, más versátil y sagaz de tertulero, pero a día de hoy se encuentra en vías de extinción, pues las cadenas prefieren asegurarse tertuleros ideológicamente afines, corporativos, predecibles como puntos cardinales, con lo que de entrada le quitan toda la gracia que el asunto pudiera tener. Un segundo tipo es el tertulero ocasional. El ocasional viene avalado por la aureola de sus logros profesionales, y su incorporación suele deberse a una coyuntura de la actualidad que exige para pronunciarse de ciertos pilares técnicos; por ello, una vez que los ha expuesto al grupo se convierte en guiñol sin ventrílocuo, nadie le hace caso y él mismo se da cuenta de que lo suyo poco tiene que ver con la morcilla verbal, él es hombre de flexo y persiana bajada y por tanto deja de intervenir. Como es lógico renuncia o le echan. El último tipo básico es el del tertulero-columnista. Diríase éste un animal fuera de hábitat, como el ocasional, pero por la fogosidad con que algunos se emplean más se asemejan al tipo corporativo; de hecho muchos doblan en tertulero por obligaciones de contrato con quienes les editan en papel, que también poseen la cadena de radio y así se aseguran la obediencia ideológico-corporativa y del tirón se autopromocionan, ahorrándose además un sueldo.
Entre todos ahorman un espectáculo acústico rara vez sugestivo y siempre ruidoso. La mayoría no son sino la expresión amplificada de la general práctica española de no escuchar al de enfrente y exponer la réplica siempre en un tono más alto: lo opuesto a una tertulia merecedora de tal nombre. Sólo se diferencian de las verduleras chismosas en que ellos cobran por darle a la húmeda.

No hay comentarios: