domingo, 27 de septiembre de 2009

No hay columnista que se precie y que no haga, pongamos por caso, su artículo navideño, su reflexión vacacional, sus dos folios sobre el verano"

Repetido septiembre.
ABC Valencia


SI ustedes siguen a columnistas concretos del periodismo nacional, habrán caído en la cuenta de que los escritores nos repetimos. A veces, incluso, más de la cuenta. No me refiero a que tengamos nuestros tics verbales, nuestras manías sintácticas, nuestros caprichos en la respiración de las frases, nuestras insuficiencias: todo eso que termina por convertirse en el estilo propio. (Porque un estilo suele ser más un cúmulo de pequeños defectos bien disimulados que un repertorio de grandes virtudes evidentes.) No: no me refiero a eso.
Los escritores de periódico nos repetimos por obligaciones de la realidad, por estrictas imposiciones del mundo alrededor. No hay columnista que se precie y que no haga, pongamos por caso, su artículo navideño, su reflexión vacacional, sus dos folios sobre el verano y sus calores. No hay defensor del periodismo literario que no haga su elegía al año que se va con el 31 de diciembre, que no cante el despertar de la primavera -que es siempre el despertar de fuerzas superiores a nosotros-, que no melancolice desde su ventana con el deambular de las gentes sin rumbo en los atardeceres de una gran ciudad. Son pies forzados. Artículos que todo mirón se siente tentado a ensayar una y otra vez, partituras clásicas del clásico repertorio del articulismo. Los escritores nos defendemos de maneras muy diferentes ante la acusación de que nos repetimos, aunque solemos repetirnos también en nuestros argumentos de defensa. Solemos decir, por ejemplo, que la realidad es eterna y que el artista debe dar cuenta del eterno retorno de las cosas. Solemos declarar que quien es dueño de una visión del mundo no puede traicionarla. Solemos alegar que sólo se repiten los escritores que poseen voz propia, y que sólo los faltos de ella aspiran a ese valor de segunda clase que algunos denominan originalidad. Solemos insistir en el hecho indudable de que la vida misma es la que insiste en sus tópicos, y que la escritura está obligada a abordarlos. Solemos decir y decir, y buena parte de lo que decimos suele sonar a excusa, lo sea o no en realidad.
Lo cierto es que yo soy partidario de las repeticiones: de las repeticiones dentro de un orden. Por todas las razones previas, y por una esencial: porque volver sobre algunos asuntos imperecederos representa descubrirlos con los nuevos ojos de quien somos a cada nuevo instante. Creo que el verdadero escritor está obligado a repetirse, a retratarse, a lo largo de distintas épocas de su vida, en ámbitos idénticos. Que está obligado a autorretratarse para que lo conozcamos en el tiempo con mayor hondura. Desconfío de los poetas que no han hecho su poema a la luna, o al mar, o a la ciudad, o al viaje. De los poetas que no asumen el riesgo de hablar sobre aquello de lo que todos han hablado y hablarán todos. Hay que repetirse, pues, en lo universal y en lo particular.
De manera que voy a dejar constancia, otra vez, de que ha llegado septiembre con su luz sólo suya, con su gasa de sutileza para envolver las cosas. Ha llegado septiembre de nuevo, y de nuevo hay que fijarlo en las palabras, para ver si las palabras se tiñen de septiembre y adquieren su dulzura de vivir. Septiembre ha vuelto.

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